20 de febrero de 2010

Con la «E» de Economía


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18 de febrero de 2010

¿Por dónde empezar? el «método E.S.A.»


Llevo varios días dándole vuelta a una pregunta: ¿por dónde empezar?. Y, en fin, se me han ocurrido al menos tres aspectos importantes a tener en cuenta antes de tomar la responsabilidad de la alimentación de una familia. Lo he llamado «El método E.S.A.» (me gustan los acrónimos y este suena a N.A.S.A. y le da un toque científico al asunto, jeje) :

. «E», de Economía.

Creo que las mamás y amas de casa de toda la vida siempre se han ceñido a un presupuesto en la cesta de la compra, esto no es algo nuevo.

Pero lo que sí es nueva es la situación de crisis económica mundial que nos acecha. Está claro que esta crisis afecta a la cesta de la compra de la mayoría de las familias. Y el ser capaz de reaccionar con rapidez ante cualquier catástrofe (familiar en paro, subida de hipotecas, etc) a la hora de elaborar menús baratos para alimentar a toda la familia, se ha convertido en una asignatura obligatoria para los aprendices de cocineros como yo.

Conocer y aprender bien los trucos para ahorrar en la cocina y en la compra, puede marcar la diferencia en el futuro, si las cosas no cambian, entre el poder alimentar a una familia con cierta calidad y flexibilidad, o el verse maniatado y sin recursos ante un presupuesto limitado.

Por eso creo que es importante dedicar parte de mi tiempo a estudiar todas las maneras para ahorrar en la compra y en la cocina. Quizás en el futuro no tenga que usarlas, porque hayamos salido de la crisis. Pero por si acaso las habré aprendido, y este saber estará ahí si las necesito.

. «S», de Salud.

Los hombres, mujeres y niños tenemos unas necesidades de nutrientes que es necesario cubrir mediante las comidas diarias.

Me parece importante al menos tener una idea general de cuáles son estas necesidades en cada caso,para poder elaborar menús más o menos ajustados a las mismas.

Me refiero a cosas como: ¿qué cantidad de fruta y verduras es preciso tomar cada día?, ¿cuántas calorías necesita un hombre al día? ¿cuántos huevos se pueden tomar máximo a la semana?, ¿qué sustancias son saludables y es necesario tomar (vitaminas, aminoácidos, Omega-3, etc etc)?, ¿en qué alimentos están presentes?, ¿en qué cantidades deben tomarse…?; ¿cómo se conservan y cómo se pierden estas sustancias al procesar el alimento (cocción, fritura, al vapor, etc)?.

También saber cómo adaptar mi menú ante un familiar con el colesterol alto. O con intolerancia al gluten. En mi caso esto es realmente importante pues tengo a un familiar directo, mi hermano, con problemas serios de salud (ácido úrico y colesterol elevados, glóbulos rojos bajos, etc). Probablemente otras personas que estén aprendiendo a cocinar no necesiten profundizar demasiado en ciertos aspectos, pero yo sí. Y también seguro que habrá personas que deban tener en cuenta en sus menús a familiares con alergias a ciertos alimentos, o celíacos, o con cualquier otro tipo de problema.

En fin, creo que es interesante adquirir ciertos conocimientos aunque sea básicos sobre las necesidades diarias, cómo influye la alimentación en la salud, y cómo adecuar los menús a problemas concretos que algún familiar que vaya a comer lo que tú cocinas cada día pueda tener.

. «A», de Adecuación.

Una vez que se tienen claras ciertas directrices sobre cómo comprar y cocinar de una manera económica (Economía), y cómo respetar las necesidades básicas de nutrientes y aspectos como alergias, colesterol, etc en la cocina (Salud), toca llegar a un acuerdo inteligente sobre qué recetas o estilo de cocina son más convenientes para los comensales que un@ tiene.

La primera vez que intenté aprender a cocinar, cada día intentaba elaborar recetas sofisticadas y chics. Mi novio ponía cara de sorpresa ante cada plato, y lo comía preguntándose «¿a qué sabrá esto?». A mi me hacía gracia pero no tardé en observar la diferencia cuando era su madre quien cocinaba, lo relajado que él estaba en este caso y su cara de satisfacción.

Y es que aunque a mi me hubiera parecido muy emocionante cocinar cosas muy chics y elegantísimas, tengo un novio que se pirra por los callos, la oreja de cerdo, las sopas de ajo, los macarrones y los bocadillos de chorizo.

Es un ejemplo el que estoy poniendo pero podría hablar de que también hay alimentos que no le gustan, como el queso, o la miel. Tampoco los dulces. Y por ejemplo a mi hermano no le gusta nada la mostaza.

Recuerdo cuando era niña y mi madre se desesperaba para hacerme comer las lentejas. Entonces yo no entendía las dificultades de mi pobre madre para cocinar cada día teniendo en cuenta los gustos de tres hijos y un marido tiquismiquis.

En definitiva, la «A» de «Adecuación» significa que tendré que aprender adecuando las recetas y conceptos a las particularidades de mis comensales, vamos de mi familia. Porque si no, sé por experiencia que tendré que terminar comiéndome yo los platos mientras ellos han ido a la cocina a hacerse una tortilla porque no les gustaba la cena, aunque no se atrevan a decirme nada. Creo que no hay que aceptar caprichos de nadie, pero al fin y al cabo lo que yo vaya a cocinar, tendrán que ser recetas y una forma de elaborar la comida que efectívamente ellos se vayan a comer, y si es posible, que les gusten mucho. Y serán las que repetiré y aprenderé bien, en las que basaré su alimentación, porque sé que las aceptan bien.

Eso no quiere decir que renuncie a aprender a hacer platos sofisticados como a mi me gusta. Pero no necesito poner cada día en la mesa cosas que no se adecúan a los gustos y necesidades reales de la gente que más quiero. Más bien lo que busco es verles no sólo bien alimentados, sino felices y relajados a la hora de comer, disfrutando realmente de cada plato.

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17 de febrero de 2010

Creo que toca presentarme


Dedico este blog a mis abuelas Inés y Blasa, y a mi madre, porque ellas son mis modelos.

Esta es mi primera entrada en mi blog y confieso que estoy nerviosa. Al fin y al cabo tendré que escribir sobre uno de los temas en los que mi ignorancia es más profunda… la cocina 🙂 .

Pese a ser chica, siempre fui un pelín «feminista» y desde bien pequeña rechacé todas las tareas de la casa típicas de mi sexo, o al menos lo han sido hasta hace unos años. Además, estudié una carrera de esas que requieren tal nivel de concentración, que no te queda tiempo para nada más. Siempre conté con el apoyo incondicional de mi madre, que nunca me reclamó que la ayudara en nada. Incluso una vez independizada y trabajando, mi madre me traía casi cada semana los típicos tuppers de albóndigas, croquetas, pollo, etc (que yo esperaba como agua de mayo, por supuesto, pues en cuanto se acababan ya sólo me quedaban pues las latas de atún, las comidas preparadas del supermercado, o gastarme el sueldo en restaurantes).

Obviamente esto no podía durar eternamente, y tarde o temprano tenía que darme cuenta de la necesidad de aprender a cocinar. Aunque sólo sea porque un día no tendré a mi madre, o ella se hará mayor y yo tendré mis propios hijos, que también necesitarán de una madre que les alimente correctamente mientras estudian, o hasta que logren valerse por sí mismos.

Siento que el ciclo se ha completado, y que es mi momento para madurar y «hacerme mayor». Parece como si aprender a cocinar significara una especie de iniciación al mundo adulto, «el de verdad».

Hará un par de años que me di cuenta de todo eso, y emprendí, por primera vez en mi vida, la aventura del «aprender a cocinar». Fue efímero, porque por cosas de la vida abandoné sin haber llegado a aprender gran cosa. De aquella experiencia me han quedado todos los utensilios que compré considerándolos «imprescindibles para poder aprender algo»: un horno eléctrico, una sandwichera, montones de moldes para bizcochos y magdalenas, fuentes y vajillas de todo tipo, una batidora de repostería, y un montón de libros de recetas. También recuperé un robot de cocina y mi novio me trajo una freidora. No creo que todo esto sea necesario en absoluto para aprender, pero en ese momento me lo pareció.

No me puedo quejar, en aquel primer intento de hace dos años no aprendí nada, pero si ahora tuviera que volver a comprar todas esas cosas, probablemente tendría que sentarme a hacer cuentas. Y es que los tiempos han cambiado mucho y muy rápidamente en los últimos años. Con la crisis, algunos hemos pasado de una gran abundancia a tener que controlar los gastos por obligación.

En ese primer aprendizaje, anterior a la crisis, elegía las recetas de forma caprichosa. Cuanto más «chics», más me gustaban. Paellas, nouvelle cuisine, con todo me atrevía yo… fuera cual fuera el resultado, ya que al fin y al cabo eran tests para aprender. En el supermercado, compraba los ingredientes despreocupadamente, sin mirar los precios. Una vez hecha la receta, no era grave si no volvía a utilizarlos y terminaba teniendo que tirarlos a la basura por haber sobrepasado su caducidad.

Esta vez, las cosas han cambiado un poco. Elijo las recetas pensando en la «reutilizabilidad» de sus ingredientes. No quiero tener que tirar nada por no poder usarlo en otra receta. Y estoy muy atenta al precio de cada producto en el supermercado, guiándome a veces casi exclusívamente por las ofertas o productos de temporada. También elijo recetas fijándome en su aporte nutricional, intentando buscar un equilibrio en la alimentación. Y sobre todo en que sean aceptadas de buen grado por los que van a comerlas. Que les satisfagan y si es posible les aporten un poquito de felicidad. Y es que no hay nada como encontrarte con unos churros recién hechos en el desayuno, o el olor de unas magdalenas o un bizcocho haciéndose en el horno. Descubrir que hoy tienes en la mesa tu plato preferido. O esas torrijas, que se parecen tanto a las que hacía la abuela y te traen tantos recuerdos felices de infancia.

Parece que estos pequeños gestos culinarios traen la sonrisa a la cara y alegran el día.

La comida, no me cabe duda, es una de las cosas más importantes en nuestras vidas. De una buena alimentación depende no sólo nuestra salud, sino en muchos casos nuestra belleza, nuestro equilibrio emocional. De unas buenas costumbres en la comida depende el fortalecer lazos con nuestros seres queridos, sentados todos alrededor de la mesa, el incentivar el diálogo y la comunicación. Y por último, nuestros mejores recuerdos de infancia suelen estar relacionados con olores y sabores culinarios que nos recuerdan a nuestras madres, tias o abuelas.

Por todos estos significados, por lo importante que creo que es la alimentación y la cocina en el ser humano. Por el deseo que tengo de formar mi propia familia y continuar la labor que mi madre hizo conmigo, y mi abuela con ella, porque yo haré lo mismo con mis hijos. En fin, por todo ello siento la necesidad de formar parte de este mundo. Creo que mi hora ha llegado de tomar el relevo y espero hacerlo bien 🙂 .

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