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Creo que toca presentarme

17 de febrero de 2010

Dedico este blog a mis abuelas Inés y Blasa, y a mi madre, porque ellas son mis modelos.

Esta es mi primera entrada en mi blog y confieso que estoy nerviosa. Al fin y al cabo tendré que escribir sobre uno de los temas en los que mi ignorancia es más profunda… la cocina 🙂 .

Pese a ser chica, siempre fui un pelín «feminista» y desde bien pequeña rechacé todas las tareas de la casa típicas de mi sexo, o al menos lo han sido hasta hace unos años. Además, estudié una carrera de esas que requieren tal nivel de concentración, que no te queda tiempo para nada más. Siempre conté con el apoyo incondicional de mi madre, que nunca me reclamó que la ayudara en nada. Incluso una vez independizada y trabajando, mi madre me traía casi cada semana los típicos tuppers de albóndigas, croquetas, pollo, etc (que yo esperaba como agua de mayo, por supuesto, pues en cuanto se acababan ya sólo me quedaban pues las latas de atún, las comidas preparadas del supermercado, o gastarme el sueldo en restaurantes).

Obviamente esto no podía durar eternamente, y tarde o temprano tenía que darme cuenta de la necesidad de aprender a cocinar. Aunque sólo sea porque un día no tendré a mi madre, o ella se hará mayor y yo tendré mis propios hijos, que también necesitarán de una madre que les alimente correctamente mientras estudian, o hasta que logren valerse por sí mismos.

Siento que el ciclo se ha completado, y que es mi momento para madurar y «hacerme mayor». Parece como si aprender a cocinar significara una especie de iniciación al mundo adulto, «el de verdad».

Hará un par de años que me di cuenta de todo eso, y emprendí, por primera vez en mi vida, la aventura del «aprender a cocinar». Fue efímero, porque por cosas de la vida abandoné sin haber llegado a aprender gran cosa. De aquella experiencia me han quedado todos los utensilios que compré considerándolos «imprescindibles para poder aprender algo»: un horno eléctrico, una sandwichera, montones de moldes para bizcochos y magdalenas, fuentes y vajillas de todo tipo, una batidora de repostería, y un montón de libros de recetas. También recuperé un robot de cocina y mi novio me trajo una freidora. No creo que todo esto sea necesario en absoluto para aprender, pero en ese momento me lo pareció.

No me puedo quejar, en aquel primer intento de hace dos años no aprendí nada, pero si ahora tuviera que volver a comprar todas esas cosas, probablemente tendría que sentarme a hacer cuentas. Y es que los tiempos han cambiado mucho y muy rápidamente en los últimos años. Con la crisis, algunos hemos pasado de una gran abundancia a tener que controlar los gastos por obligación.

En ese primer aprendizaje, anterior a la crisis, elegía las recetas de forma caprichosa. Cuanto más «chics», más me gustaban. Paellas, nouvelle cuisine, con todo me atrevía yo… fuera cual fuera el resultado, ya que al fin y al cabo eran tests para aprender. En el supermercado, compraba los ingredientes despreocupadamente, sin mirar los precios. Una vez hecha la receta, no era grave si no volvía a utilizarlos y terminaba teniendo que tirarlos a la basura por haber sobrepasado su caducidad.

Esta vez, las cosas han cambiado un poco. Elijo las recetas pensando en la «reutilizabilidad» de sus ingredientes. No quiero tener que tirar nada por no poder usarlo en otra receta. Y estoy muy atenta al precio de cada producto en el supermercado, guiándome a veces casi exclusívamente por las ofertas o productos de temporada. También elijo recetas fijándome en su aporte nutricional, intentando buscar un equilibrio en la alimentación. Y sobre todo en que sean aceptadas de buen grado por los que van a comerlas. Que les satisfagan y si es posible les aporten un poquito de felicidad. Y es que no hay nada como encontrarte con unos churros recién hechos en el desayuno, o el olor de unas magdalenas o un bizcocho haciéndose en el horno. Descubrir que hoy tienes en la mesa tu plato preferido. O esas torrijas, que se parecen tanto a las que hacía la abuela y te traen tantos recuerdos felices de infancia.

Parece que estos pequeños gestos culinarios traen la sonrisa a la cara y alegran el día.

La comida, no me cabe duda, es una de las cosas más importantes en nuestras vidas. De una buena alimentación depende no sólo nuestra salud, sino en muchos casos nuestra belleza, nuestro equilibrio emocional. De unas buenas costumbres en la comida depende el fortalecer lazos con nuestros seres queridos, sentados todos alrededor de la mesa, el incentivar el diálogo y la comunicación. Y por último, nuestros mejores recuerdos de infancia suelen estar relacionados con olores y sabores culinarios que nos recuerdan a nuestras madres, tias o abuelas.

Por todos estos significados, por lo importante que creo que es la alimentación y la cocina en el ser humano. Por el deseo que tengo de formar mi propia familia y continuar la labor que mi madre hizo conmigo, y mi abuela con ella, porque yo haré lo mismo con mis hijos. En fin, por todo ello siento la necesidad de formar parte de este mundo. Creo que mi hora ha llegado de tomar el relevo y espero hacerlo bien 🙂 .