El incremento de la esperanza de vida en los últimos años ha disparado la prevalencia de las enfermedades dependientes de la edad, entre las que destaca el Alzheimer.
La prevalencia de la enfermedad de Alzheimer llega a tal punto, que EEUU gasta más en la atención de la demencia que en la enfermedad cardíaca o el cáncer. Hoy en día todavía no hay un tratamiento que detenga la enfermedad, pero sí que consiga enlentecer el deterioro que la caracteriza.
¿Qué es la enfermedad de Alzheimer?
Existen algunas evidencias que sugiere que envejecer de forma saludable reduce el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer, esto es, seguir una alimentación equilibrada, controlar la presión arterial, el peso y el colesterol, así como ejercitar cuerpo y mente a diario y mantenerse socialmente activo.
Se debe tener en cuenta que conforme avanza la enfermedad, las personas con Alzheimer pueden ir perdiendo la independencia, tanto en sus actividades cotidianas como en su alimentación.
En la etapa inicial de la enfermedad es probable que se produzcan dificultades para comprar, preparar o almacenar los alimentos. Además, en esta fase suelen aparecer dificultades para reconocer y detectar olores y sabores, lo que se suele manifestar con una especial predilección por los alimentos dulces y salados, por lo que será necesario vigilar de cerca su alimentación.
Poco a poco, el enfermo de Alzheimer irá perdiendo la capacidad de alimentarse por sí mismo y necesitará ayuda. Puede ocurrir que se les olvide comer, o incluso, pueden tener dificultades para reconocer los alimentos o los cubiertos. También puede ser un impedimento en su alimentación la dificultad para comunicarse, que hará más complicado para sus cuidadores interpretar sus necesidades alimentarias. Además, pueden aparecer problemas para masticar los alimentos, así como una disminución de la producción de saliva, que dificultará la deglución. En estos casos se deberán suministrar alimentos cocinados blandos, las carnes deshuesadas, pescados sin espinas, etc.
En las etapas más avanzadas de la enfermedad, el paciente puede ser incapaz de tragar y requerir alimentación por sonda. Algunas personas se niegan a abrir la boca, mientras que otros pueden convertirse en comedores compulsivos.
Por lo tanto, los enfermos de Alzheimer necesitarán a una persona pendiente de los horarios de comida, de la elección y preparación de los alimentos, así como de controlar que no se salten o repitan comidas. Conforme avanza la enfermedad, puede ser necesario que el cuidador oriente al enfermo de Alzheimer sobre la forma de utilizar los cubiertos, que ofrezca los alimentos para que los reconozcan y empiecen a comer, o incluso, hacer demostraciones. Además puede ser muy interesante simplificar la mesa, poniendo sólo un plato individual y los cubiertos necesarios. También puede confundir al paciente el uso de manteles o servilletas muy coloreados, desviando su atención de los alimentos.
Es muy común que los enfermos de Alzheimer piensen que están siendo envenenados con la comida, por lo que se requiere de mucha paciencia y calma. En estos casos se deberá hablar con el enfermo, convencerle de lo contrario y cuidar mucho el aspecto de los alimentos. Por ejemplo, si se les da una sopa, deberá ser de un color homogéneo, y no presentar tropezones o trozos, por ejemplo, de orégano, que podrían interpretar como algo extraño.
Las investigaciones realizadas hasta el momento, indican que son beneficiosos tanto en la prevención como en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer:
– Las vitaminas C y E tienen acción antioxidante. La enfermedad de Alzheimer se relaciona con marcadores oxidativos elevados, por lo que estos antioxidantes pueden reducir el daño oxidativo y tener cierto efecto neuroprotector.
– Las vitaminas B6, B12 y ácido fólico disminuyen la concentración de homocisteína, que es neurotóxica y puede tener efectos directos sobre la función cognitiva. El ácido fólico está presente en verduras de hoja verde, la vitamina B12 está exclusivamente en alimentos de origen animal, y la vitamina B6 está presente en alimentos de origen animal, cereales integrales y germen de trigo.
– Los ácidos grasos omega 3 tienen acción antiinflamatoria. Evitan el depósito anómalo de ciertas proteínas en el cerebro, característico de la enfermedad de Alzheimer y asociado a una inflamación crónica que daña irreversiblemente las neuronas. Son ricos en omega 3 los pescados de aguas frías (atún, bonito, salmón) y los pescados azules en general. La segunda fuente alimentaria de omega 3 más importante son los frutos secos. También es importante la relación ácidos grasos omega 6/omega 3. Para mantener esta relación se debe sustituir los ácidos grasos saturados y las grasas trans por ácidos grasos monoinsaturados, como el aceite de oliva, y ácidos grasos omega 3.
Es importante tener en cuenta que las personas con enfermedad de Alzheimer requieren una evaluación nutricional periódica, con la finalidad de mantener un estado nutricional aceptable. También se debe recordar que lo expuesto son medidas generales, y que se debe evaluar cada caso en particular.
En conclusión, el patrón de dieta mediterránea incluye la mayoría de componentes nutricionales potencialmente beneficiosos para prevenir o frenar la enfermedad de Alzheimer. Sería muy interesante concienciar a la población sobre la importancia de un estilo de vida saludable, tanto físico como mental, para prevenir las enfermedades mentales como la enfermedad de Alzheimer.
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Por desgracia, yo he sufrido algunas de estas cosas con mi padre. Alguna vez se ha enfadado durante la comida, al pensar que le estabamos dando algo malo por ver un trocito de cualquier verdura o algo que no identificara. También se enfada muy a menudo porque piensa que no le damos de comer, porque se le olvida. Es muy importante tener paciencia, y sabiendo que estas cosas pasan, se lleva mejor la situación. Ánimo a todos los que, como yo, sufren esta enfermedad día a día cuidando a un ser querido.