Las grasas y la salud mental
No se debe generalizar en cuanto a los efectos negativos que pueden tener las grasas en nuestro organismo, puesto que no todas van a producir esos efectos, sino otros contrarios en los que ayudan a mejorar nuestra salud.
Primero que todo hay que hacer una distinción entre los diferentes tipos de grasa y cómo estos afectan a nuestra salud. Aquellos tipos de grasa que más van a beneficiarnos son las mono y poliinsaturadas, ya que ayudan a reducir los niveles de colesterol ¨malo¨ o LDL, estos se encuentran en alimentos como los frutos secos o los aceites vegetales del tipo del de oliva. [Leer más en: Grasas buenas y grasas malas].
Grasas y cerebro
Las grasas son imprescindibles para el organismo humano y especialmente para nuestro cerebro(el 60% del mismo), ya que la materia gris del mismo se compone casi en su totalidad de ácidos grasos, especialmente los omega-3 y 6. Además, las grasas también son imprescindibles para una correcta función hormonal, ya que las hormonas necesitan de las grasas para formarse.
Por lo tanto, cabe esperar que si no se cubren las necesidades mínimas de este macronutriente, las funciones tanto cerebrales como hormonales no se van a poder desarrollar de manera adecuada, pudiendo causar patologías muy graves para la salud.
Además, ciertos ácidos grasos como el Omega-3 se han relacionado en los últimos tiempos con datos de menor prevalencia de depresión. Como decíamos anteriormente su función a nivel cerebral es fundamental por lo que no es raro que esta asociación con una patología relativamente tan frecuente hoy en día, pueda darse y tener su alivio en la alimentación de paciente y especialmente en el consumo de grasas ¨saludables¨.
También se han visto asociaciones de gran relevancia con otras patologías cerebrales como el Alzheimer, un proceso degenerativo neuronal que provoca la pérdida de memoria. En este caso en concreto entran a formar parte los ácidos grasos omega 3 EPA y DHA, los cuales ayudan a ralentizar el proceso corriente de la enfermedad y en casos tempranos, como los niños, ayudan a que en un futuro no se desarrollen estos tipos de trastornos.
Grasas saturadas
En el bando contrario encontramos las grasas de tipo saturado y grasas trans. Las primeras son habitualmente de origen animal y su función principal es incrementar el colesterol HDL o ¨malo¨, contribuyendo a un incremento progresivo del riesgo cardiovascular, ya que este tipo de colesterol tiende a acumularse a nivel arterial, provocando un taponado en las mismas que hace aumentar la presión sanguínea (el espacio por el cual ha de pasar la sangre, en su circulación normal, se reduce, haciendo que la presión y fuerza con la que pasa a través de las arterias sea muy superior) y por tanto el riesgo a sufrir una patología de tipo cardíaco.
El segundo tipo de grasas o trans, son aquellas que se obtienen de productos altamente procesados como la bollería industrial o en general todos aquellos alimentos precocinados, que además también contienen cantidades muy elevadas de sal lo que contribuye en mayor medida a elevar la presión arterial.
Un grupo de alimentos que suponen unas cantidades desorbitadas de estas grasas y de exceso de sal, es la comida basura, como las hamburguesas, las pizzas o los platos precocinados.
Como decía al comienzo no se trata de demonizar las grasas, sean cuales sean, sino ser conscientes y tener las nociones básicas claras de cuales son aquellas grasas que ejercen una función saludable en el organismo y cuales provocan el efecto contrario, incluso ayudando a que se den otras patologías de gran importancia.
Hay que tener muy claro que existen ciertas estructuras del cuerpo humano que se valen de grasas, como las citadas anteriormente, por lo que es aconsejable que aparezcan en la dieta alimentos como el aceite de oliva, los frutos secos, los aguacates o el pescado azul, entre otros.
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