¿Qué es la anemia ferropénica?
La anemia ferropénica es la deficiencia nutricional más común y, afortunadamente, puede ser prevenida en gran medida. Su importancia radica en la gran cantidad de población de todos los países, estados sociales y edades que padece anemia ferropénica. Los más afectados son las mujeres en edad fértil, especialmente las embarazadas, y los niños. En países poco desarrollados la prevalencia de la anemia ferropénica es aún mayor.
La anemia ferropénica es un descenso de la cantidad de hemoglobina producida por la falta de hierro o por disminución de su biodisponibilidad. Por tanto, se produce cuando las pérdidas de hierro o los requerimientos del mismo superan el aporte que proporciona la dieta.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se acepta, de forma general, que existe anemia cuando un hombre adulto posee menos de 130 g/L de hemoglobina, menos de 120 g/L en mujeres y valores inferiores a 110 g/L en niños y mujeres gestantes, aunque habría que considerar la cifra habitual de hemoglobina de cada persona.
Causas de la anemia ferropénica
La cantidad de hierro en el organismo depende del balance entre las demandas fisiológicas y la cantidad ingerida de hierro. Hay determinados períodos de la vida en los que este balance es negativo y el organismo debe recurrir al hierro de depósito. Por lo tanto, durante dichas etapas una dieta con insuficiente cantidad o baja biodisponibilidad de hierro agrava el riesgo de desarrollar una anemia ferropénica.
La anemia ferropénica puede deberse a:
- Disminución del hierro disponible, no pudiendo satisfacer los requerimientos normales. En los países pobres, la menor ingesta de hierro se debe a una dieta insuficiente. En los países socioeconómicamente desarrollados, el aporte insuficiente se produce por dietas inadecuadas, bien por ser desequilibradas o por ser insuficientes, como son algunas dietas de adelgazamiento o de vegetarianos estrictos.
- Elevados requerimientos de hierro, como ocurre durante los primeros años de vida, adolescencia, embarazo y lactancia.
- Pérdidas sanguíneas, bien por pérdidas menstruales excesivas o por hemorragias diversas, o como ocurre en el caso de tumores intestinales o uterinos, entre otros.
Consecuencias de la anemia ferropénica
De entre todas las consecuencias que conlleva la anemia, destacan:
- Falta de energía: sensación de cansancio, apatía, debilidad, mareos, irritabilidad, anorexia, mialgias e incluso parestesias de pies y manos, que en conjunto son manifestaciones neuromusculares.
- Puede llegar a producirse lengua lisa y brillante, uñas quebradizas y deformes, pelo quebradizo, etc.
- Palidez de mucosas y piel.
- Manifestaciones circulatorias: taquicardia, palpitaciones, etc.
- Disnea: dificultad respiratoria, falta de aire.
- Afectación cerebral, pudiendo llegar a afectarse la atención, la memoria y el aprendizaje.
- Disminución de la respuesta inmunitaria.
- Alteraciones metabólicas hepáticas, por disminución de la síntesis en el hígado de diversas enzimas dependientes de hierro.
- Alteraciones hemáticas, utilizadas tanto para el diagnóstico como para evaluar la respuesta al tratamiento. Son alteraciones en los hematíes, hemoglobina, hierro sérico, etc.
Tratamiento dietético en la anemia ferropénica
El mejor tratamiento de la anemia es la prevención. Para ello, es necesaria una dieta equilibrada que aporte los requerimientos adecuados de hierro. Esto en muchas ocasiones no es posible ya sea por limitaciones económicas o por hábitos dietéticos erróneos muy frecuentes hoy día, especialmente entre adolescentes y niños, grupos de población con un alto riesgo de anemia ferropénica nutricional. Por ello, en muchos casos es necesaria no sólo la modificación de dichos hábitos dietéticos, sino también recurrir a alimentos fortificados e incluso a suplementación con hierro medicinal.
El objetivo del tratamiento dietético para tratar la anemia ferropénica es normalizar el nivel de hemoglobina y rellenar los depósitos de hierro.
El hierro aparece en dos formas en la dieta: hierro hemo y hierro no hemo. El hierro hemo está presente sólo en alimentos de origen animal (carne, pescado y marisco, entre los que destacan las almejas, chirlas, berberechos y similares), mientras que el hierro no hemo se encuentra en alimentos de origen animal (junto al hierro hemo) y en los de origen vegetal (legumbres, frutos secos, verduras y hortalizas, destacando las habas secas y los pistachos), en donde es la única forma existente. El hierro hemo es más fácilmente absorbible. Se estima que el hierro hemo se absorbe en un 25% aproximadamente, y entre el 1 al 5% la forma no hemo.
Las modificaciones de la dieta incluyen:
- Aumentar el consumo de hierro hemo. La absorción de hierro hemo no está afectada por otros componentes de la dieta, con la posible excepción del calcio.
- Aumentar el consumo de sustancias que favorecen la absorción del hierro no hemo: ácido ascórbico, proteínas de origen animal y ácidos orgánicos, como el succínico, cítrico, málico, láctico y tartárico. El ácido ascórbico o vitamina C lo encontramos en las naranjas, limones, pimientos, kiwis, fresones…
- Disminuir el consumo de inhibidores de la absorción del hierro no hemo: polifenoles (té, café, chocolate, vino tinto), fitatos (presentes en los cereales integrales), oxalatos, proteínas vegetales (proteínas de la soja) y diversos minerales como el cinc, manganeso, magnesio, cobre y calcio.
Resulta muy interesante la combinación de alimentos que faciliten la absorción de hierro con alimentos ricos en hierro. Por ejemplo, es ideal después de comer legumbres tomar como postre un zumo de naranja, o combinar las legumbres y el arroz con proteínas (carne, huevo o pescado).
Es la composición general de una comida y las necesidades de una persona las que determinan en gran medida el grado de absorción y la cantidad de hierro liberada finalmente en el organismo. Las necesidades de la persona influyen en la absorción del hierro de forma que si estas no están cubiertas y hay carencia de hierro, la absorción aumenta con respecto a la absorción de una persona sana. El grado de absorción de hierro depende, por tanto, de la cantidad de las reservas de hierro en el organismo, de forma que individuos con anemia ferropénica son capaces de absorber entre un 20 y un 30% del hierro presente en la dieta, mientras que un individuo sin anemia sólo absorbe un 5-10% del total de hierro ingerido. Este control de la absorción es importante porque el cuerpo no elimina con facilidad el exceso de hierro una vez absorbido, por lo que absorbe sólo a medida que se necesite.
La fortificación de los alimentos con hierro es la forma más práctica de prevenir o paliar la carencia de hierro. Su principal ventaja es que el consumo de estos productos no requiere de una conducta activa del sujeto. La harina, la sal y el azúcar son algunos alimentos que pueden estar fortificados con hierro.
También existe la posibilidad de tomar suplementos orales de hierro (sulfato ferroso). El hierro se absorbe mejor con el estómago vacío, pero muchas personas no lo toleran así y pueden necesitar tomarlo con alimentos. La leche y los antiácidos pueden interferir en la absorción del hierro y no deben tomarse simultáneamente con los suplementos del mismo. La vitamina C, en cambio, puede aumentar la absorción y es esencial en la producción de hemoglobina. El hierro intravenoso o intramuscular está disponible para pacientes que no pueden tolerar las formas orales. El hierro suplementario es necesario durante el embarazo y la lactancia, ya que el consumo normal en la dieta rara vez es suficiente para suministrar la cantidad requerida.
Los suplementos de hierro suelen ser necesarios en el tratamiento de la anemia ferropénica. Después de 2 meses de terapia con suplementos de hierro el hematocrito debe normalizarse, pero debe continuarse la terapia por otros 6 a 12 meses para reponer las reservas corporales, almacenadas en su mayoría en la médula ósea.
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